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Lee el artículoLas Actitudes y el Éxito
«Todo se le puede quitar a un hombre, excepto una cosa, la última de las libertades humanas: elegir su actitud ante cualquier conjunto de circunstancias, elegir su propio camino» ~ Viktor Frankl
Si queremos organizaciones vitales, que generen valor para la sociedad, tenemos que empezar por cada uno de nosotros, eligiendo nuestra actitud para crear valor y generar un ambiente donde vale la pena ir, todos los días.
Una sociedad de organizaciones
Vivimos en una sociedad de organizaciones. Muchas de nuestras necesidades o deseos ya sean físicas, relacionales o espirituales – desde la alimentación hasta la autorrealización – son satisfechas por organizaciones con diversas misiones – lucrativas o no. Por lo tanto, la calidad de las organizaciones de una sociedad define su calidad de vida. Mejorar la calidad de las organizaciones se transforma así en un elemento clave de bienestar y desarrollo de una sociedad.Por otro lado, en esencia, el trabajo es un aspecto clave en el desarrollo de las personas y también en la construcción de la sociedad en sí misma.
Hay un malentendido generalizado en el que el trabajo es una faceta de la vida que está separada del resto de la actividad social. Algo así como que las organizaciones son lugares donde vamos a dedicar algún tiempo para después irnos a nuestras vidas sociales “reales”. Pero la realidad es muy distinta porque es probable que pasemos más tiempo en una organización, relacionándonos con colegas de trabajo, que con ningún otro grupo de personas. Es allí donde gran parte de nuestra vida social se desarrollará. Ese debería ser, entonces, un lugar donde vale la pena ir.
El trabajo no debe ser un “martirio” sino un lugar donde las personas van a desarrollar un proyecto con sus colegas (pares, superiores, reportes, asesores, proveedores, clientes, etc.). Donde van a desarrollar un ambiente atrayente, apasionante, disfrutable a la vez de ser demandante y desafiante. Donde las personas van a desarrollarse no solo profesionalmente, sino personalmente. Un lugar donde todos sienten que son parte de un mismo equipo. Gonzalo Noya lo explica muy bien en su libro “Algo Más Grande. El poder del equipo para lograr lo imposible”: “Ser parte de un equipo y estar orgulloso de ello satisface esa necesidad humana primordial de reconocimiento y pertenencia. El orgullo radica en dos aspectos: el logro de resultados y esa sensación de armonía básica que necesitamos los seres humanos para sentirnos “en casa”. En un lugar con otros seres humanos con los que compartimos valores y enfrentamos desafíos. Donde nos apasiona un propósito común, donde nos tenemos confianza porque sabemos que nuestros colegas “van a estar ahí” y donde disfrutamos de su compañía. Un equipo se trata de eso. Pero cuidado, no se trata de un “club de amigos”. Los resultados mandan, son clave, son un fin fundamental. Pero también debe ser un fin fundamental de las organizaciones, convertirse en ese lugar donde cada mañana vamos a desarrollarnos profesional y personalmente con nuestros colegas, todos quienes pertenecemos a esa organización”.
Las organizaciones entonces, más allá de los servicios o productos que entregan, tienen un rol clave en la sociedad en otra dimensión. Son ese lugar donde podemos satisfacer esa necesidad humana básica de pertenencia y reconocimiento.
Más allá de las motivaciones intrínsecas de cada uno, la organización debería ser ese lugar donde el trabajo no es solo “trabajo” pueden sentirse felices. Pero todo esto, ¿de quién depende?
Organizaciones “sin pálidas” = Personas “sin pálidas”
Una organización sin pálidas no es una organización sin problemas. Tampoco es una organización donde todos cantan canciones de la empresa y viven en perfecta armonía, sin discusiones. Habrá días buenos y de los otros. Lo que distingue a una organización sin pálidas es la sensación individual y colectiva de que, lo que cada uno hace y lo que se hace entre todos, es útil porque crea valor para todas las partes interesadas, empezando por los clientes, que son la razón de ser de la organización.
Una organización es, ni más ni menos, un conjunto de personas. Las personas que pueden desarrollar organizaciones a su máximo potencial quieren dar su máximo potencial. Pueden ser muy diferentes, pero tienen cuatro actitudes comunes a todos. Son positivas: ven oportunidades, les apasionan esos desafíos y no pierden tiempo quejándose. Son jugadores de equipo: hacen lo que sea necesario a favor del equipo, están allí para ayudar y apoyar, disfrutan los logros de otros como propios y sienten la felicidad del logro del equipo como una de las cosas más lindas de su vida. Viven mejorando todo: se superan cada día, disfrutan la exigencia de la excelencia y demuestran adaptabilidad frente a los inevitables cambios. Son gente responsable, en quienes se puede confiar porque hacen que las cosas pasen y dan la cara por sus resultados.
A las personas que viven estas actitudes les gusta trabajar con colegas que también las vivan. No toleran ni a los quejosos ni a los negativos que ponen palos en la rueda, ni a los individualistas, que están allí solo por ellos, ni a quienes no quieren cambiar nada y menos a sí mismos porque viven en su zona de confort, no queriendo entender la inevitable transformación de todo. Ni a aquellos que nunca se hacen cargo de nada, que están llenos de excusas y que, si pasa algo que no sale bien, encuentran a qué o a quién echar culpas.
Porque no todas las personas están dispuestas a pagar el precio que requiere la excelencia, ni a ir a crear, cada día, un lugar atractivo para que el trabajo no sea “trabajo”.
¿Qué puedo hacer? Vivir, contagiar, custodiar
“Tanto si usted cree que puede, como si cree que no puede … seguramente tenga razón” ~ Henry Ford.
Más allá de las nuevas tecnologías, de los competidores y de las tendencias que inevitablemente cambiarán cada vez más rápido, personas “sin pálidas” son quienes crean, desarrollan y sostienen organizaciones vitales.
Si usted quiere estas actitudes en su entorno, puede hacer tres cosas: la primera es vivir estas actitudes en forma diaria, demostrándolas en todos sus comportamientos. Eso es lo mínimo, porque no podemos demandarle a los demás lo que no somos.
En segundo lugar, debe tener la vocación de contagiar estas actitudes. Ser un ejemplo de las actitudes ya es una forma de contagio. Sin embargo, hay mucho mas por hacer. Podemos alentar a los colegas para ayudarlos a sostener el esfuerzo.
Y, por último, cada persona puede transformarse en un custodio de las actitudes, es decir, enfrentar situaciones con colegas que pueden estar haciendo lo opuesto. Esta dimensión tiene su raíz más profunda en la actitud de responsabilidad. Es la obligación de demandar de los demás lo necesario para el bien del equipo.